Este artículo con el mismo título
publicado en Pikara Magazine pone de relieve las dificultades que encuentran
las periodistas en su trabajo por el mero hecho de ser mujeres. En él se
relatan las experiencias de varias periodistas que a lo largo de su carrera han
sufrido acoso o discriminación o han visto menospreciado su trabajo.
Si bien algunas de las situaciones
que se describen podrían suceder en cualquier sector y son un problema de la
sociedad en general y no del periodismo en particular (el acoso sexual no es
exclusivo de las redacciones), hay algunos elementos que me parecen destacables.
Por ejemplo, se afirma que a las
mujeres se les exige un aspecto físico más cuidado que a los hombres. Según
datos del Proyecto de Monitoreo Global de Medios realizado en 2015, todas las presentadoras
de las noticias analizadas en televisión tienen entre 35 y 49 años, mientras
que en el caso de los presentadores el 97% tienen entre 50 y 64 años.
Estas cifras sugieren que a las
mujeres se las valora más por su aspecto físico, mientras que a los hombres se
les valora por su experiencia. Esto contribuye a menospreciar la experiencia y
las capacidades de las periodistas y las sitúa más como una “cara bonita” que
como profesionales. Y, dado que los medios son una referencia e influyen en la
vida cotidiana, de esa manera se contribuye a trasladar esa visión de las
mujeres como deleite visual u objeto de deseo también en otros ámbitos.
El artículo relata también cómo
un antiguo jugador de fútbol, el “Loco Gati”, en pleno directo, le espetó a una
periodista deportiva “No sabes lo que es una pelota, ¡andá a lavar los platos!”.
Y no quedó ahí, sino que él siguió defendiendo su discurso sexista. Más grave incluso
me parece el intento del presentador de excusarle, sin éxito, diciendo que tan
sólo había intentado hacer una broma. Únicamente
la insistencia del “Loco” en que hablaba completamente en serio hace que el
presentador le diga, abochornado y tímidamente, que ya es suficiente.
En vez de reprimir esa falta de
respeto hacia su compañera y ese insulto hacia todas las mujeres, primero lo
excusa y después lo esconde debajo de la alfombra, restándole importancia. Una
vez más, la audiencia recibe el mensaje de que actitudes como esa son “bromas”
o no son tan graves.
Por último, me parece destacable
la solución sugerida en el artículo, que pasa por la educación. A su propuesta
de una asignatura sobre perspectiva de género en la carrera de periodismo,
añadiría también una mejor educación en ese aspecto desde los colegios. Una
actitud sexista no nace de la nada y no es tan fácil corregirla cuando la
personalidad ya está formada. También sería necesario que los medios predicasen
con el ejemplo, creando códigos éticos que contemplaran cómo solventar situaciones
en las que se acose o se discrimine a las personas, tanto fuera como dentro de
la pantalla.
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